Quizá las extrañas acumulaciones de roca en las playas bretonas es lo que más me llamó la atención de este paisaje agreste. Un terreno singular bañado por el mar, una costa con aspecto algo salvaje.
Después de dejar Rochefort-en-Terre (ver post anterior), nos dirigíamos a pasar 4 noches en Plouescat, en la Côte des Sables (Costa de Arena).
Office de Tourisme de Plouescat
5 rue des Halles, 29430 Plouescat, France
Abierto cada día de 9:15AM–12:30PM, 1:30–5PM
Plouescat es un pueblo pequeño, de unos 3.500 habitantes. Como monumento remarcable, en su centro histórico encontramos «Les Halles», un entramado de madera que servía como mercado cubierto y a veces como tribunal. Pero Plouescat es conocido sobre todo por su impresionante costa: grandes playas de arena fina salpicadas de extrañas formaciones de piedra. Es un lugar de vacaciones que gustará tanto a los que quieran unos días de descanso en la playa como a los inquietos que necesiten moverse constantemente.
Por temperatura y por el viento que sopla en la costa, no son playas ideales para «vivir» en el agua, pero cuando la marea sube puedes refrescarte en aguas cristalinas. Después quedarte a resguardo detrás de alguna gran roca con un buen libro y todo el tiempo por delante. Como nosotros somos de los inquietos, nos inclinamos por visitar los alrededores. Eso sí, siempre sin prisa.
Para pasar esos días en la zona alquilamos una casa cerca del mar, a unos 10 minutos caminando hasta la playa. Estaba en un laberinto de pequeñas casitas cerca de la costa, que incluso con GPS nos costó encontrar. Pero resultó ser un sitio ideal: una terraza cómoda para la noche, una cocina espaciosa, habitaciones confortables. Incluso mejor al natural que en las fotos.
Después de dejar todo bien colocado en nuestro alojamiento decidimos tener un primer contacto con la costa y nos dirigimos a la Pointe de Pen an Theven. Desde la oficina de turismo nos habían recomendado este punto como visita imprescindible. Y la verdad es que es un sitio fantástico por donde empezar.
En Plouescat el terreno es tan plano que no ves la costa hasta que prácticamente estás encima de ella. Así, seguimos las indicaciones de los carteles hasta llegar a la punta. Allí nos encontramos con un barrio de bonitas casas blancas que se levantan entre arena y vegetación marítima y un parking para dejar el coche.
A las 5 de la tarde el sol todavía brillaba, la temperatura era cálida y soplaba el viento con bastante intensidad, algo normal en la costa bretona. La marea estaba baja, y ante nosotros se abría una bahía interminable poblada de esas rocas extravagantes. Lo mejor es acercarte caminando hasta la orilla y dejar pasar el tiempo deambulando por allí, entre agua y rocas.
Como no puedo evitarlo, cada vez que llego a algún sitio con agua, ya sea lago, mar o río, tengo que descalzarme y probar el agua. Para mi sorpresa no estaba fría. Pero por la idiosincrasia de estas playa ves a poca gente bañándose aquí. Supongo que será porque hay que adentrarse unos cientos de metros para poder nadar, en un terreno plagado de rocas, con viento soplando y lo que eso comporta en el mar. Eso sí, gracias al viento, en las playas de Bretaña ves a multitud de gente practicando deportes náuticos.
Después de pasear por esta inmensa playa nos dirigimos al pueblo a comprar algunos víveres frescos. La idea era preparar una cena suculenta para acabar el día 🙂