De todas las civilizaciones desaparecidas, una de las más enigmáticas es la que habitó hace siglos una remota isla en medio del Océano Pacífico: La Isla de Pascua. Situada a más de 2.250 km. de cualquier otro trozo de tierra habitado, su clima templado y su origen volcánico convirtieron el suelo de la isla en un lugar realmente fértil. Con un espacio de poco más de 100 km2, la Isla de Pascua es uno de los lugares más aislados del planeta.
Los estudios indican que los polinesios llegaron a la Isla de Pascua hacia el año 600-800 d.C (la datación radiocarbónica más aceptada es de 690±130). Gran parte de la Polinesia, un espacio que abarcaba a lo ancho más de 6.000 km., fue colonizada previamente a que Colón o incluso antes, los vikingos, fueran capaces de cruzar el Atlántico. Los hábiles navegantes polinesios dejaban su casa y se embarcaban junto a sus familias en largas travesías portando todo lo necesario para comenzar una nueva vida en otro lugar: comida, plantas, animales domésticos (cerdos, perros, aves), piedras sagradas e imágenes de deidades ancestrales, entre otras muchas cosas. Los historiadores no están completamente de acuerdo en el porqué estas poblaciones se lanzaban al mar: la opinión más común es que lo hacían por causas derivadas del crecimiento de la población y la presión sobre los recursos, pero hay historiadores que dicen que era algo cultural, y afirman que la exploración y la colonización eran parte esencial de los polinesios. Todavía no hay una única explicación para que los polinesios recorrieran esas distancias, pero lo que si se sabe con certeza es que fueron unos grandes navegantes.
A parte de los polinesios, ninguna otra civilización tendría conocimiento de la existencia de la isla hasta 1722, cuando el explorador danés Jacob Roggeveen llegó a sus orillas. Como era tradición en la época, el navegante le dio el nombre de Isla de Pascua, porque el día de su llegada era un domingo de Pascua. Hoy la isla se conoce como Isla de Pascua pero también como Rapa Nui, un nombre polinesio que le dieron en el siglo XIX los navegantes tahitianos.
Cuando Roggeveen, y más tarde el capitán Cook, llegaron a la isla, dejaron constancia de que no habían encontrado barcos resistentes que pudieran aguantar la navegación a través de más de 2.000 millas. Sí encontraron canoas que podían llevar a unas pocas personas, pero que tenián que ser achicadas constantemente porque se inundaban con mucha falicidad. ¿Por qué no quedaba rastro en la isla del pasado marinero de los polinesios? Y es que lo que se encontraron a su llegada no fue precisamente un paraiso. La isla había sido despojada de todos sus bosques, la comida escaseaba, y las familias estaban en guerra unas con las otras.
Cuando en 1888 el gobierno de Chile tomó el mando de la isla, gran parte de los moai habían sido derribados de sus ahu (plataformas de piedra ceremoniales), y la mayoría de los nativos habían muerto en violentas guerras entre clanes, en encuentros con visitantes foráneos, de hambre o por enfermedades. En una isla que una vez había dado cobijo a más de 4.000 personas, a finales del siglo XIX sólo quedaban unos cientos de pobladores. Sus descendientes son los que hoy habitan la isla. Aunque todavía se recuerdan algunas tradiciones antiguas, gran parte de su pasado y su historia ancestral se ha perdido en el tiempo.
A parte de los moai, se han econtrado otras estructuras que dejan constancia de la civilización que una vez habitó la isla: restos de casas, hoyos para el fuego, recintos cercados, herramientas de hueso y de piedra, dibujos en las rocas, figuras talladas en madera, y un tipo de escritura todavía no descifrada, el rongorongo.
Una de las preguntas más recurrentes que se hacían los investigadores era cómo se las habían arreglado los constructores de los moai para mover las piedras y levantar las estatuas en una isla sin árboles, ni prácticamente ningún tipo de vegetación. Pero los últimos estudios polínicos demuestran que la isla no siempre fue este lugar pelado que es hoy en día. Los análisis polínicos que se remontan a 30.000 años demuestran que la isla poseía un bosque subtropical, cuyo árbol más común era la Jubaea chilensis, una palmera que podía llegar a tener una altura de 24 metros. Según los estudios polínicos estas palmeras desaparecieron de la isla alrededor de 1650.
Link a un momento del documental donde se muestra
cómo mover los moai con cuerdas
Los moai, igual que las elaboradas estatuas de madera de las Islas Hawaii, o los tiki de las Islas Marquesas, también representaban las mismas deidades ancestrales de los polinesios. El hecho de que fueran imágenes religiosas explica el porqué la mayoría de ellos miraban hacia el interior de la isla, y no hacia el mar: no fueron construidos como guardianes ante los intrusos, sino que miraban a sus descendientes en el devenir de sus días. Pero hay una gran diferencia entre las otras islas con cultura polinesa y la Isla de Pascua, y es la monumentalidad de sus obras, y la cantidad de ellas que existen. Los isleños esculpieron unas 950 estatuas, y 500 de ellas fueron transportadas una distancia considerable. Los historiadores todavía hoy se preguntan el porqué de esta diferencia respecto a las otras islas.
BIBLIOGRAFÍA:
LORET, John; TANACREDI, John T. Easter Island: Scientific Exploration into the World’s Enviromental Problems in Microcosm. Springer, 2003. 240 páginas.
ROGER FISCHER, Steven. Island at the End of the World: The Turbulent History of Easter Island. Reaktion Books, 2005. 304 páginas.